jueves, 28 de mayo de 2015

Piel


Sacan las viejas a tender sus pieles al sol,
sol alimento y calor entre las arrugas saurias.


Pieles humedecidas y acabadas por el tiempo,
tiempo sin horas, ni días, sólo recuerdos.


Cuelgan las pieles tendidas como sábanas desgastadas,
desgastadas con jirones por donde los hijos huyeron.


Sacan las viejas sus pieles y el viento las mece
como al estambre con que tejen sus cobijas:
esa otra piel cuando no hay sol.





Poemas del cuerpo y otras prisiones.
Muerte aletargada


¿Has visto qué alegres mueven sus apéndices
los muertos en La Habana?
Sus oquedades se llenan de azúcar,
de sol 
y silencios.


Levantan las manos al norte, 
siempre al norte.



Muertos insulares con las puertas 
siempre abiertas
a la nostalgia.








Poemas del cuerpo y otras prisiones.
Muñecas


La navaja

con su afilada neurosis


busca las muñecas




 Poemas del cuerpo y otras prisiones.

sábado, 23 de mayo de 2015

Ablación


“Conque ya estás preparado para atacar las
primeras líneas de la primera página.”
Ítalo Calvino


Vienes por la mañana antes de que el sol toque con su lengua la montaña y acaricie los campos, sabes que no tardará mucho en que la lengua del dragón roce la vida y todo arderá con una visión que desfallece los sentidos, mucho antes de que los animales se despierten y abran sus hocicos y se llenen con el calor del día. Llevas toda la noche rumiando para tus adentros, buscando dentro, muy adentro cerca del corazón y te tocas el pecho que late como el bufido de un búfalo y no encuentras respuestas, aunque sabes que hay millones de preguntas. La noche es testigo, noche cómplice y sospechosa donde se han acumulado todas las noches de todos los tiempos y todos los días jamás contados, y sin fuerzas te avienes a sus conjuros, sigues agazapada y levantas las manos al cielo y no hay nada, nunca ha habido nada. Y te dices: ¿Dónde está dios? Eres como una ladrona que se esconde detrás del pozo y esperas la hora propicia y a veces volteas de un lado a otro como si el venado te fuera a traicionar o el león descubriera tu escondite, y aun así no te detienes, esperas, porque has esperado siempre. Después te acercas lentamente y las huellas de tus pies son rastros de un terebinto recién cortado y tus brazos se abren, tus dedos se enredan en ella: los cabellos son hirsutos como las colas de los camellos y tus ojos se encuentran con la inocencia, sonríes y tu boca se ilumina como el cielo cuajado de estrellas, como un preciado manto de sicómoros entre dos columnas de ébano. Eres una ilusión perene de sol y sal, pero tus intenciones son volubles como las arenas del desierto que todos los días crean nuevos paisajes, así tu mente se confunde y de nuevo acaricias los cabellos y lloras, porque también has llorado siempre regando con tus lágrimas la arena y creado islotes de amargura donde los cocodrilos rasgan el ambiente con chillidos de odio y hambre. Extiendes tu mano que se encuentra con otra más pequeña y te levantas de la tierra donde sólo han habitado leche y miel. Le dices: ven, y te sigue muda con los ojos soñolientos como los de los camaleones y sus pasos son como los del impala recién nacido, piernas temblorosas con el corazón alerta. Caminas con el sol a tus espaldas como lo haz hecho con tus otros hijos pero ellos son varones y no corren peligro, y las arenas se tiñen con dos sombras que abren surcos que de pronto se vuelven a llenar como los pozos inertes que tanto has socavado. Miras y a lo lejos, las piedras se alzan como un cementerio de elefantes mientras aprietas la mano de tu sangre, sudorosa y ajena. Y entonces recuerdas, y muerdes el viento porque no hay nada más a que aferrarse. Y volteas a verla y ella sonríe mientras tú lloras. Llegas a las piedras que son ritual donde han habitado los demonios y los dioses, y el cielo se abigarra de buitres que han seguido tus pasos pacientemente, ya los habías visto porque se alzan como una corona de acacias en la lengua de la jirafas. Te postras entre dos almendras enormes, altar de íbice con el que ha sellado su pacto tu dios, ¡te relajas! Respiras. Habrás de poner todas tus fuerzas en tu empresa, habrás de continuar. Ahora ha llegado el momento. Piensas en otra cosa. Tus manos atan otras manos que no entienden y te devuelven ésa mirada de animal acorralado. Con tu velo aprisionas otros ojos y los cubres para que la realidad no la posea como un demonio. Tomas la navaja que has estado afilando toda la noche en la piedra y probado en las plantas de tus pies. La navaja en tu mano cae y corta. Mutila.  Tus oídos se revientan con los gritos como el sonido de la tormenta de arena. Ríos de sangre corren entre las piedras a la tierra, tierra que es sangre y vida y de nuevo la vida vuelve a ser tierra. Y te dices: he exorcizado el mal, ya no hay pecado. Sacas la aguja hecha con los dedos del espino y con uno de tus largos y perfumados cabellos a nardo y negro como la pez, coses la herida. Te mira a los ojos y escuchas entre sollozos: ¿por qué lo has hecho?
Das a los buitres los desechos y te alejas rápidamente porqué sabes que jamás te lo perdonará. Tú lo sabes.


Colección de cuentos: Cuerpos expuestos
Los pececitos

“A las ovejas se las puede esquilar
pero no despellejar.”
Tiberio


Vienes caminando por la calzada a Júpiter sorteando las rocas, y el aire enrarecido de sal y mar te levanta la túnica mientras una golondrina se estampa en el desfiladero y maldices a los dioses porque sabes que es una señal de mal agüero, tocas el pequeño falo de marfil que cuelga de tu pecho para ahuyentar la ira de algún demonio. Miras las rocas que se funden con el mar embravecido donde la espuma roja azota al último Liberto a tu servicio y piensas: Se lo merecía, no hay que tener mucho talento para limpiarle el culo a alguien, algún día también probarán las rocas el sabor de la traición y Sejano se pudrirá o alimentará a las bestias del océano; aunque sabes que no será así, porque Trasilo te ha dicho el día y la hora cuando la Señora de la Concordia apartará su mano y dejará que Apolo aniquilé al traidor. Llegas a la Villa de Piscis donde te aguardan los tritones de mármol a la entrada, y la entrada son las fauces del Kraken que anuncian la apertura al mundo desconocido y fascinante del que los hombres no regresan. En la entrada te espera Sejano con sus ojos halcón y quijada de caballo, sonríes para ti mismo porque ya conoces de su traición pero él no, y disfrutas el placer de saber de buena tinta destinos que no han sido revelados. Te desnudas y tu nuevo Liberto te ayuda con tus ropajes y el agua de la pequeña piscina refleja ése ser atormentado que tanto odias. Entras a la piscina y miras los reflejos del sol en el agua y los miles de cristales de cuarzo que han sido pulidos para tu placer, y el agua es tibia como el cuerpo de Gemelo, y cierras los ojos recordando los dedos de sus pies blancos en tus labios y sus cabellos dorados en tu entrepierna. Te despierta el chapoteo de los pececitos que han sido traídos de todas las provincias, los hay de todos los colores con ojos tímidos o avispados. Ellos saben que hacer porque han sido entrenados bajo tus órdenes y sonríes de nuevo. Algunos se acercan cuando les haces una señal y lamen tus dedos flacos que aún son capaces de atravesar una manzana verde. Otros se pegan a tu cuerpo donde las llagas y costras han cubierto las últimas máculas de piel y ahora son una masa deforme y sanguinolenta de carne podrida y maldices a los dioses frigios cuando las ves. Escuchas la lira y el cornu que adormecen tus sentidos entre pesadas cargas de incienso y mirra que se consumen en grandes incensarios de oro dedicados a las ninfas. El baile de los pececitos se vuelve sensual entre tus piernas, porque así lo has previsto, saben donde morder sin lastimar. Algunos se apoderan de tus testículos que flotan ingrávidos en el agua y piensas: Si tan sólo Gemelo estuviera aquí o fuera uno de ellos. Maldices al destino y a las Horas porque tu pene flácido seguirá así como lo ha estado por varias décadas, inerte como un pez secado al sol y afligido como la pequeña Drusila de pechos pequeños que tanto se afana en entregar sus ofrendas a Venus. Y piensas que pronto todo acabará, que ya no eres ni la sombra de nada y recuerdas cuando Trasilo te lo dijo: Te has convertido en un lastre para el imperio. Tocas los pececitos y los cuentas, unos treinta te dices, que fueron elegidos por ti de entre miles que esperan nadar bajo tu mirada, alrededor de tus nalgas, por entre tus piernas y mordisqueando tu sexo. Te tocas con cuidado los brazos, la cara y el cráneo y las piernas y las costras se desprenden. Alimento para los peces, piensas. Hay piel muerta e infectada flotando, como los restos de un navío, que se mezcla con el agua perfumada a rosas y sándalo, y las heridas se abren de nuevo, piensas que por hoy has tenido suficiente y sales de la piscina. Sonríes de nuevo a Sejano y entra la guardia con una tapa de cristal que cubre el total de la piscina, la tapa es como un embudo al revés y los pececitos quedan aprisionados en su jaula de vidrio. Mientras tu Liberto cura tus heridas, a una orden tuya extiendes los brazos, y los soldados vacían enormes cantidades de agua hirviendo por el embudo. Los pececitos han muerto. Sonríes de nuevo.


Colección de cuentos: Clásicos
La Caimana

La Caimana se mira tan fea en su ataúd de azaleas. Es como un animal apresado con sus manos saurias y sus ojos halcones. A punto de morder los tobillos del metate se miran también sus dientes. Su cuerpo escamoso ha vuelto, y sus pies henchidos de mugre y tierra son como macetas de lirios. Toda ella es como una bolsa para el mercado, mal cosida, hecha tiras con cabellos hirsutos y negros como el pantano. No siempre fue así. Alguna vez fue tan hermosa que los árboles se abrían a su paso para dejarla pasar y sus pies dejaban huellas de sándalo y chirimoya.

    La Caimana nació después de una novena de lluvias. El cielo se aclaró y el sol asomó sus chinguiñosos ojos a la tierra lodosa y siempre verde. Salió La Caimana entre las piernas flacas de su madre, casi reptando y tan pequeña como una fruta podrida, y abrió sus fauces a la vida con grandes chillidos sofocados, como si fuera a morir. El día de su nacimiento y otro más fueron los únicos días en que lloró, gimoteaba como un animal herido, hambriento. Su madre murió en el parto dejándolo solo. Me miraba a los ojos muy atenta y después acercaba sus labios animales a mi oído: Los primeros días me alimenté de grillos.

     De niño lo veía correr entre los árboles de papaya y zapote, ¡acércate faisán y ven conmigo! Me decía La Caimana. Brincaba de un lado a otro salvaguardando cualquier obstáculo con sus pies araña. Era tan feo que espantaba la noche y enseguida se hacía el alba. Era tan bueno que las frutas de los árboles le caían en las manos con sólo desearlo. Siempre supo que era diferente. Por las tardes lo veía levantar leña seca vestido con su falda de helechos. Tenía los pelos tan largos y crespos que a veces, cuando se quedaba dormido en la orilla del lago, los peces se enredaban entre sus cabellos como una red echada al mar. Hermosas gladiolas coronaban eternamente su frente, como hoy.

    Un día tan claro, tan soleado, se miró en el reflejo del agua, tan cristalina como plata bruñida, y se vio por primera vez. Miró en el agua a un caimán y supo que era él, ese día se puso La Caimana y cantaba: 

     ¿A dónde vas Caimana?  
     A buscar un hombre. 
    ¿A dónde vas Caimana? 
    A buscar un hombre.


    Un día llegaron los hombres de cacao con espaldas de cobre y ojos de perro. Un día bajaron de la bestia sus amos con las manos tan callosas que se podía moler pipián en ellas. La bestia llegaba todos los días a la misma hora y La Caimana aventaba pedazos de vida al tren.

    Me voy a casar, 
    vestida de blanco con cuentas de coral, 
    me voy a casar y seré tan bella que moriré de felicidad. 

    Yo no podía hacer otra cosa que creerle.

    Antes de rayar el alba su cadera jaguar se movía por entre la selva y buscaba. Escrutaba cada espacio y chupaba jugos de los trocos. Recogía por el camino frutas y hierbas. Cuando llegaba a su nido sacaba los frijoles que había puesto a remojar un día antes y los echaba al comal. Los frijoles estaban tan chinitos como los dedos de sus pies y chillaban cuando su piel tocaba el bálsamo girasol en la olla cerca del nixtamal. En el corral de las gallinas siempre se armaba un hervidero de chismes mientras recogía los huevos: ¿A dónde llevas mis huevos Caimana? A la sartén, ¿a dónde más? ¿Por qué te robas mis huevos Caimana? Son para poderme casar.

Al mediodía el olor en la cocina era tan penetrante que los maizales abrían sus hojas para poder cuchichear: 

La Caimana está cocinando, 
lleva meses sin descanzar. 
La Caimana avienta comida a los hombres que montan a la bestia, 
un día Caimana, 
un día un hombre se quedará. 

Y un día de la bestia saltó un hombre con ojos de capulín y manos de tapir. Manos grandes y negruzcas como carbón de ocote. Sus cabellos de obsidiana le lamían los hombros anchos como las riveras del Soconusco. Se quedó sentado en la orilla de las vías y el tren se alejó mientras volutas de humo salían de su pipa de tabaco con sabor a vainilla. ¡Adiós Caimana adiós! Se escuchaba a la bestia decir: He traído a tu hombre con él que te vas a casar.  

El hombre miró a La Caimana por un largo tiempo mientras hacía un ruido extraño con los dientes: Tú también comías grillos, en la boca los traes. Y se alejó La Caimana con un suave andar, sus helechos barrían la tierra y sus pies araña pisaban guijarros rojizos que se pegaban a sus talones tan curtidos que parecían molcajetes. El hombre la siguió con paso firme y la sombra de su pequeña estatura se proyectó como si fuera un enorme palmar. La Caimana entró a la selva rumbó a su nido sin voltear, y como si nada con un palo en la mano pinchaba las limas que quedaban apretujadas como una brocheta. Son para la sopa, dijó. Para la sopa serán.

Cuando La Caimana llegó a su guarida se puso de nuevo a cocinar. El hombre se sentó en un tronco mientras la miraba, sus ojos perros y capulines tenían pestañas de caballo, lacias y tercas que veían el suelo siempre. Mientras La Caimana hacía la sopa de lima sus cabellos se fueron desenredando y quedaron lisos como la hoja de plátano en un tamal. Con sus manos saurias acercó un plato al hombre que comió hasta quedar tan satisfecho que se miraba como una tortuga antes de desovar. Él besó las manos de La Caimana y la piel de toronja se volvió como una ciruela madura.

  ¿De dónde vienes? 
Del Sur y de más allá. 
¿A qué has venido? 
Más allá del otro lado hay una Caimana sola y fea como cerro talándome, 
dijo un faisán
tiene pies araña y manos saurias, pero hay más. 
Tiene ojos halcones y horrible andar. 
Busca un hombre para casarse.
he ir de blanco al altar. 
De allá he venido Caimana y de más allá.

Las caderas huecas de La Caimana se volvieron a llenar y sus labios de granada podrida se pusieron carnosos como chile manzano. Sus ojos halcones quedaron convertidos en ojos venado, y hasta la columna quebrada de tanto esperar recobró su fuerza. Ese fue el segundo día en que La Caimana lloró y toda la noche se escuchaban los chillidos, ora con risas, ora con silencios. ¡Caimana cállate que no nos dejas concentrar! ¡Calla o no tendrás más huevos en el comal! Decían las gallinas entre pujidos y largos suspiros, entre cortos sigilos y otros murmullos.

Muchos son los meses que pasaron y días aun más. La Caimana se ausentó por una semana. Cuando regresó los árboles se abrían a su paso y sus pies dejaban huellas de sándalo y chirimoya.

  ¿De dónde vienes Caimana? 
Te vas a ensuciar. 
Levanta tu vestido blanco que hay mucho lodo por acá. 
Vengo de casarme allá en la capital. 

El hombre de cacao la llevaba del brazo, así fue, del altar al comal. Se desvaneció La Caimana entre las guayabas y su corona de gladiolas cayó entre los zapotes y una penca de nopales. Murió La Caimana y su hombre no dejaba de llorar. El viento con olor a limas trajo azaleas para hacer un ataúd. Ahí yace la novia ahora tan fea como un caimán. La novia de los pantanos que murió de felicidad. 

Cuento publicado.

Los goces noctívagos: cuentos de diversidad sexual. Edición de Luis Martín Ulloa. Colección “Contraversos”. La Décima Letra. Guadalajara, Jalisco. México: 2014.

Colección de cuentos: Abominaciones y otros monstruos.