miércoles, 1 de julio de 2015

Ángel

Ángel de mi guarda, dulce compañía… Venían de todas partes a verlo, mujeres con las manos cuajadas de velas y cera derretida entre los dedos como candelabros antiguos, mientras caminaban en procesión se contaban los chismes, abrían las bocas y se las tapaban enseguida, se maravillaban y continuaban a paso cerrado; los hombres se quitaban el sombrero y miraban al cielo nublado de nuevo, buscaban respuestas, y luego miraban a la tierra fangosa donde encontraban más preguntas; los niños corrían en manadas y de pronto se detenían como perritos de pradera, abrían sus ojos y se levantaban de puntillas sobre los zapatos llenos de barro, y después volvían a correr animando a la multitud a acercarse. Ay los niños, tan tiernos y ciertos. …no me desampares ni de noche ni de día. ¡Un ángel que el señor nos mandó!, decían algunas mientras todos asentían con grave rostro. Cuando terminó de llover, ay viera, se abrió el cielo, unos rayos, pero el cielo sigue igual, sólo fue un momento, ¿verdad que lo vieron? Claro que lo vimos, como si del cielo cayera. Toda la noche en trabajo de parto, ay viera usted, hartos dolores y nada más no venía. Las horas que pasan, las horas del día… Ay viera de verlo, se mira tan inocente. ¡Pero si es un inocente! ¡Claro qué lo es! ¿Qué cosas digo? Y mire usted, blanco como la leche de cabra y los ojos negros como el carbón. Los niños parecían churumbeles y daban vueltas para todos lados sin llegar a ningún lugar, batían las palmas de las manos y cantaban. No me dejes solo, sé en todo mi guía; sin Ti soy chiquito y me perdería… Cuando entraron por fin al cuarto lo vieron, en realidad lo sintieron, una atmósfera de paz les entraba por los sentidos y se sentían como elevados, a algunos les flaqueaban las piernas y se tomaban de los brazos de otros. La madre descubrió la parte inferior del recién nacido quedando desnudo por completo. Oh madre amadísima de tiernos abrazos y dulces manos, de incondicional amor y entera en todo momento. Ven siempre a mi lado, tu mano en la mía. ¡Ángel de mi guarda, dulce compañía! ¿Es normal? ¡Calla insolente! ¡Así es como debe ser! ¡Los ángeles no tienen sexo!


Publicado en Revista Urbana, editor Cristóbal Marroquín, Gdl., Jalisco, México, Junio de 2015.


Colección de cuentos: Abominaciones y otros monstruos  

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