Ángel
Ángel de mi guarda, dulce
compañía… Venían
de todas partes a verlo, mujeres con las manos cuajadas de velas y cera
derretida entre los dedos como candelabros antiguos, mientras caminaban en
procesión se contaban los chismes, abrían las bocas y se las tapaban enseguida,
se maravillaban y continuaban a paso cerrado; los hombres se quitaban el
sombrero y miraban al cielo nublado de nuevo, buscaban respuestas, y luego
miraban a la tierra fangosa donde encontraban más preguntas; los niños corrían
en manadas y de pronto se detenían como perritos de pradera, abrían sus ojos y
se levantaban de puntillas sobre los zapatos llenos de barro, y después volvían
a correr animando a la multitud a acercarse. Ay los niños, tan tiernos y
ciertos. …no me desampares ni de noche ni
de día. ¡Un ángel que el señor nos mandó!, decían algunas mientras todos
asentían con grave rostro. Cuando terminó de llover, ay viera, se abrió el
cielo, unos rayos, pero el cielo sigue igual, sólo fue un momento, ¿verdad que
lo vieron? Claro que lo vimos, como si del cielo cayera. Toda la noche en
trabajo de parto, ay viera usted, hartos dolores y nada más no venía. Las horas que pasan, las horas del día…
Ay viera de verlo, se mira tan inocente. ¡Pero si es un inocente! ¡Claro qué lo
es! ¿Qué cosas digo? Y mire usted, blanco como la leche de cabra y los ojos
negros como el carbón. Los niños parecían churumbeles y daban vueltas para
todos lados sin llegar a ningún lugar, batían las palmas de las manos y
cantaban. No me dejes solo, sé en todo mi
guía; sin Ti soy chiquito y me perdería… Cuando entraron por fin al cuarto
lo vieron, en realidad lo sintieron, una atmósfera de paz les entraba por los
sentidos y se sentían como elevados, a algunos les flaqueaban las piernas y se
tomaban de los brazos de otros. La madre descubrió la parte inferior del recién
nacido quedando desnudo por completo. Oh madre amadísima de tiernos abrazos y
dulces manos, de incondicional amor y entera en todo momento. Ven siempre a mi lado, tu mano en la mía. ¡Ángel
de mi guarda, dulce compañía! ¿Es normal? ¡Calla insolente! ¡Así es como
debe ser! ¡Los ángeles no tienen sexo!
Publicado en Revista Urbana, editor Cristóbal Marroquín,
Gdl., Jalisco, México, Junio de 2015.
Colección de cuentos: Abominaciones
y otros monstruos
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