El bailarín, hombre perfecto de
feos pies que han tallado el escenario hasta quedar torcidos.
Pies llenos de vergüenza y
dignidad al mismo tiempo, que soportan sobre sus tobillos el pulido mármol de
perfección áurea.
Pies adoloridos de extensiones sobrehumanas, con laureles en
los arcos de sus empeines. Como ofrendas
vivas a Terpsícore.
Pies dispuestos a la guerra de
las duelas, pies en guardia a la orilla del proscenio. Cansados pero siempre
disciplinados en primera posición.
Pies deformes borrachos de
aplausos y flores; adoradores de Hathor entre sahumerios, y víctimas con
vendajes destinados a la gloria o al fracaso.
Pies contemplativos, viviendo a
veces, tímidamente en las aterciopeladas piernas de un teatro: largas columnas de
secretos, de extensiones, de ensayos, de arte y bacanales.
Pies moribundos que no se
afrentan ante los peligros de la vejez y que son joyas preciosas y joviales
para el ejecutante.
Pies de bailarín.
Poemario: Poemas del cuerpo y otras prisiones.
Poemario: Poemas del cuerpo y otras prisiones.
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