miércoles, 21 de septiembre de 2016

La vidente

Sé que él vendrá esta noche vestido de embriagada valentía como un Prometeo a la humanidad, a volver luz lo que es oscuridad, al menos eso es lo que él piensa. Pero mi mundo es oscuro sí, no porqué yo lo hubiera querido, se volvió un mar de tinieblas con los años, un pantano de aguas estancadas y mal olientes que carece de toda belleza y en donde la tristeza se ha sentado a esperar su fin, como un muerto en vida condenado a la horca, que mira la soga en que será colgado y nada puede hacer porque la condena ya fue dictada, solo resta esperar. En la espera a las mujeres se nos va la vida.

Hubo un tiempo que era luminoso como los días soleados del otoño, y los rayos de luz tocaban cada espacio y se abrían a cada paso por donde quiera que él pasara. Tal vez era su mirada que acariciaba mi piel y quedaba transfigurada bajo la lisonja de sus pestañas o al roce de su cuerpo.

Él vendrá con su mente confundida y atravesará el portal entre gritos y alaridos como si fuera un animal herido de muerte, la sospecha lo trastornará, la sospecha infundada que anida en su corazón de hombre. Ya bajo el cielo de la sospecha se han teñido todas las cosas, se han tejido todas las historias, han mudado de piel infinidad de veces y se ha colado el vicio de los días aletargados y violentos. Porque la felicidad ajena le hace daño y le corroe la piel como una maldición, como un veneno que le estrangula la garganta y le deja sin aliento.

Y entonces correré a la esquina del cuarto espantada como un perro, y pálida como la luna. Sentiré en el estómago la angustia que tirará de mi cuerpo aguijoneándolo en arcadas y sofocará el ambiente con grandes bocanadas de aire, aire rancio de días de encierro y sabor a humedad, a herrumbre, a miedo. Porque él me provoca miedo. Y el miedo es el alimento que me nutre. A veces quisiera echar a correr como una loca pero mis pies me tienen anclada, me sostiene una mano invisible y no me deja dar un solo paso.

Un miedo que se mete por entre mis pliegues desde las nalgas y recorre mi columna vertebral hasta la nuca y eriza los vellos mientras mis sienes palpitan estruendosamente como los tambores de un ritual que he soportado por tantos años. Pero mis ojos estarán fijos en la puerta. Por la puerta entra el mal.

Escucharé pisadas fuertes que dan contra las baldosas acercándose poco a poco como un loco que arrastra cadenas atoradas a sus tobillos y que muerden sus piernas como una bestia, y entonces comenzaré a temblar como una niña. Lo sé porque no he dejado de temblar desde que vivo a su lado. He contado las baldosas como quien cuenta estrellas, pero aún el cielo me está prohibido, conozco cada rincón de la casa, pero solo sus pisos. He vivido con la mirada siempre baja. Como si fuera un animal rastrero. Como una araña.

Entrará por la puerta como una bandada de aves negras y me encontrará escondida a un lado de la cama. ¿Por qué vienes a confundir una mente que vive entre el olvido y la ausencia? Ya no podré defenderme como hace algunos años cuando le gritaba y mis gritos le hacían entrar en razón, se le metían como la humedad a los ladrillos, y él me miraba con los ojos rojos, lívidos y llenos de lujuria mezclada con odio, y entonces él daba la vuelta y quedaba sin aliento.

Pero ya no es lo mismo porque he perdido la voluntad. Me levantará del suelo como si de un costal se tratara, y mi cuerpo se dejará hacer. Mis pies se elevarán como los de una santa yendo hacia el cielo y mis brazos quedarán flácidos, inertes viendo al suelo que tantas veces he tenido como último refugio, seré una piedad en mármol. Después habré de dar contra la pared como una bruja empalizada y condenada al infierno. Porque yo conozco el infierno, he vivido en él demasiado tiempo. El infierno es un tiempo sin tiempo en donde los minutos son años y los segundos sospechas, y culpas sin cuerpo.

Perderé la conciencia y cuando habrá los ojos él seguirá allí, de pie sudando como si recién hubiera terminado de bañarse. Tendrá entre los dedos grandes pedazos de mis cabellos, negros como la pez mezclados con sangre como los animales en los mataderos. Sus manos estarán manchadas. Grandes gotas de sangre por todos lados. En los pisos blancos dibujarán extraños presentimientos, las paredes asemejaran un tapiz de brocados con rubís e ilusiones. ¡La pared grita! Lo escucharé durante unos minutos más y sus palabras sin sentido atravesarán mis oídos. Sus palabras que hace mucho tiempo solo eran alabastro en mi corazón ahora son como agujas.

Y entonces vendrá el final.

El cuchillo abrirá mis entrañas. Al principio no se sentiré el dolor, nunca se siente. Es la visón de ver la sangre y el arma la que despierta los sentidos y después todo se altera. Se comienza por una punzada y después se activan todas las redes del dolor. Instintivamente me llevaré las manos al vientre pero no podré gritar. Un vientre seco, yermo de hace años y sin embargo vivo, es el corazón debajo de mi cintura.

Mi respiración se hará más lenta. Sus ojos se clavarán de nuevo en mí, y también otra cuchillada. Mis manos estarán divididas. El metal habrá cortado tendones y carne. El ambiente se cubrirá con olor a sal. La sangre huele a sal. La sal sabe a sangre, a lágrimas, al llanto de mujer, mujer y llanto somos uno. Los sentidos se volverán confusos. Mi visión será borrosa. Allí estará él, y su cuerpo tibio se pegará al mío. Sentiré como la sangre baja por mis piernas.

De nuevo el metal entrará, ahora por mi pecho, y con él también todo su peso. Su boca pegada a mí me dirá algo. Su respiración será muy fuerte. Me quedaré viéndolo. Eso será lo último que vea. Su rostro. Sus ojos perros. Después todo será oscuridad. La oscuridad a la que me he acostumbrado. Por fin estaré segura. Ya no habrá dolor.

Estoy de nuevo aquí en mi tumba de tinieblas. Escucho sus gritos en el portal. Viene de nuevo por mí.

® Oswaldo Calderón.


Cuentos De Viejas

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