La vidente
Sé que él vendrá esta noche vestido de embriagada valentía
como un Prometeo a la humanidad, a volver luz lo que es oscuridad, al menos eso
es lo que él piensa. Pero mi mundo es oscuro sí, no porqué yo lo hubiera
querido, se volvió un mar de tinieblas con los años, un pantano de aguas
estancadas y mal olientes que carece de toda belleza y en donde la tristeza se
ha sentado a esperar su fin, como un muerto en vida condenado a la horca, que
mira la soga en que será colgado y nada puede hacer porque la condena ya fue
dictada, solo resta esperar. En la espera a las mujeres se nos va la vida.
Hubo un tiempo que era luminoso
como los días soleados del otoño, y los rayos de luz tocaban cada espacio y se
abrían a cada paso por donde quiera que él pasara. Tal vez era su mirada que
acariciaba mi piel y quedaba transfigurada bajo la lisonja de sus pestañas o al
roce de su cuerpo.
Él vendrá con su mente confundida
y atravesará el portal entre gritos y alaridos como si fuera un animal herido
de muerte, la sospecha lo trastornará, la sospecha infundada que anida en su
corazón de hombre. Ya bajo el cielo de la sospecha se han teñido todas las
cosas, se han tejido todas las historias, han mudado de piel infinidad de veces y se ha colado el vicio de los
días aletargados y violentos. Porque la felicidad ajena le hace daño y le
corroe la piel como una maldición, como un veneno que le estrangula la garganta
y le deja sin aliento.
Y entonces correré a la esquina
del cuarto espantada como un perro, y pálida como la luna. Sentiré en el
estómago la angustia que tirará de mi cuerpo aguijoneándolo en arcadas y
sofocará el ambiente con grandes bocanadas de aire, aire rancio de días de
encierro y sabor a humedad, a herrumbre, a miedo. Porque él me provoca miedo. Y
el miedo es el alimento que me nutre. A veces quisiera echar a correr como una
loca pero mis pies me tienen anclada, me sostiene una mano invisible y no me
deja dar un solo paso.
Un miedo que se mete por entre
mis pliegues desde las nalgas y recorre mi columna vertebral hasta la nuca y
eriza los vellos mientras mis sienes palpitan estruendosamente como los
tambores de un ritual que he soportado por tantos años. Pero mis ojos estarán
fijos en la puerta. Por la puerta entra el mal.
Escucharé pisadas fuertes que dan
contra las baldosas acercándose poco a poco como un loco que arrastra cadenas
atoradas a sus tobillos y que muerden sus piernas como una bestia, y entonces
comenzaré a temblar como una niña. Lo sé porque no he dejado de temblar desde
que vivo a su lado. He contado las baldosas como quien cuenta estrellas, pero
aún el cielo me está prohibido, conozco cada rincón de la casa, pero solo sus
pisos. He vivido con la mirada siempre baja. Como si fuera un animal rastrero. Como
una araña.
Entrará por la puerta como una
bandada de aves negras y me encontrará escondida a un lado de la cama. ¿Por qué
vienes a confundir una mente que vive entre el olvido y la ausencia? Ya no
podré defenderme como hace algunos años cuando le gritaba y mis gritos le
hacían entrar en razón, se le metían como la humedad a los ladrillos, y él me
miraba con los ojos rojos, lívidos y llenos de lujuria mezclada con odio, y
entonces él daba la vuelta y quedaba sin aliento.
Pero ya no es lo mismo porque he
perdido la voluntad. Me levantará del suelo como si de un costal se tratara, y
mi cuerpo se dejará hacer. Mis pies se elevarán como los de una santa yendo
hacia el cielo y mis brazos quedarán flácidos, inertes viendo al suelo que
tantas veces he tenido como último refugio, seré una piedad en mármol. Después
habré de dar contra la pared como una bruja empalizada y condenada al infierno.
Porque yo conozco el infierno, he vivido en él demasiado tiempo. El infierno es
un tiempo sin tiempo en donde los minutos son años y los segundos sospechas, y
culpas sin cuerpo.
Perderé la conciencia y cuando
habrá los ojos él seguirá allí, de pie sudando como si recién hubiera terminado
de bañarse. Tendrá entre los dedos grandes pedazos de mis cabellos, negros como
la pez mezclados con sangre como los animales en los mataderos. Sus manos
estarán manchadas. Grandes gotas de sangre por todos lados. En los pisos
blancos dibujarán extraños presentimientos, las paredes asemejaran un tapiz de
brocados con rubís e ilusiones. ¡La pared grita! Lo escucharé durante unos
minutos más y sus palabras sin sentido atravesarán mis oídos. Sus palabras que
hace mucho tiempo solo eran alabastro en mi corazón ahora son como agujas.
Y entonces vendrá el final.
El cuchillo abrirá mis entrañas.
Al principio no se sentiré el dolor, nunca se siente. Es la visón de ver la
sangre y el arma la que despierta los sentidos y después todo se altera. Se
comienza por una punzada y después se activan todas las redes del dolor.
Instintivamente me llevaré las manos al vientre pero no podré gritar. Un vientre
seco, yermo de hace años y sin embargo vivo, es el corazón debajo de mi
cintura.
Mi respiración se hará más lenta.
Sus ojos se clavarán de nuevo en mí, y también otra cuchillada. Mis manos
estarán divididas. El metal habrá cortado tendones y carne. El ambiente se
cubrirá con olor a sal. La sangre huele a sal. La sal sabe a sangre, a
lágrimas, al llanto de mujer, mujer y llanto somos uno. Los sentidos se
volverán confusos. Mi visión será borrosa. Allí estará él, y su cuerpo tibio se
pegará al mío. Sentiré como la sangre baja por mis piernas.
De nuevo el metal entrará, ahora
por mi pecho, y con él también todo su peso. Su boca pegada a mí me dirá algo. Su
respiración será muy fuerte. Me quedaré viéndolo. Eso será lo último que vea.
Su rostro. Sus ojos perros. Después todo será oscuridad. La oscuridad a la que
me he acostumbrado. Por fin estaré segura. Ya no habrá dolor.
Estoy de nuevo aquí en mi tumba de tinieblas. Escucho sus
gritos en el portal. Viene de nuevo por mí.
® Oswaldo Calderón.
Cuentos De Viejas
maravilloso relato. muy intenso. felicitaciones
ResponderEliminarGracias por leer. Un texto duro, sí. Abrazos! :)
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