sábado, 23 de mayo de 2015

Ablación


“Conque ya estás preparado para atacar las
primeras líneas de la primera página.”
Ítalo Calvino


Vienes por la mañana antes de que el sol toque con su lengua la montaña y acaricie los campos, sabes que no tardará mucho en que la lengua del dragón roce la vida y todo arderá con una visión que desfallece los sentidos, mucho antes de que los animales se despierten y abran sus hocicos y se llenen con el calor del día. Llevas toda la noche rumiando para tus adentros, buscando dentro, muy adentro cerca del corazón y te tocas el pecho que late como el bufido de un búfalo y no encuentras respuestas, aunque sabes que hay millones de preguntas. La noche es testigo, noche cómplice y sospechosa donde se han acumulado todas las noches de todos los tiempos y todos los días jamás contados, y sin fuerzas te avienes a sus conjuros, sigues agazapada y levantas las manos al cielo y no hay nada, nunca ha habido nada. Y te dices: ¿Dónde está dios? Eres como una ladrona que se esconde detrás del pozo y esperas la hora propicia y a veces volteas de un lado a otro como si el venado te fuera a traicionar o el león descubriera tu escondite, y aun así no te detienes, esperas, porque has esperado siempre. Después te acercas lentamente y las huellas de tus pies son rastros de un terebinto recién cortado y tus brazos se abren, tus dedos se enredan en ella: los cabellos son hirsutos como las colas de los camellos y tus ojos se encuentran con la inocencia, sonríes y tu boca se ilumina como el cielo cuajado de estrellas, como un preciado manto de sicómoros entre dos columnas de ébano. Eres una ilusión perene de sol y sal, pero tus intenciones son volubles como las arenas del desierto que todos los días crean nuevos paisajes, así tu mente se confunde y de nuevo acaricias los cabellos y lloras, porque también has llorado siempre regando con tus lágrimas la arena y creado islotes de amargura donde los cocodrilos rasgan el ambiente con chillidos de odio y hambre. Extiendes tu mano que se encuentra con otra más pequeña y te levantas de la tierra donde sólo han habitado leche y miel. Le dices: ven, y te sigue muda con los ojos soñolientos como los de los camaleones y sus pasos son como los del impala recién nacido, piernas temblorosas con el corazón alerta. Caminas con el sol a tus espaldas como lo haz hecho con tus otros hijos pero ellos son varones y no corren peligro, y las arenas se tiñen con dos sombras que abren surcos que de pronto se vuelven a llenar como los pozos inertes que tanto has socavado. Miras y a lo lejos, las piedras se alzan como un cementerio de elefantes mientras aprietas la mano de tu sangre, sudorosa y ajena. Y entonces recuerdas, y muerdes el viento porque no hay nada más a que aferrarse. Y volteas a verla y ella sonríe mientras tú lloras. Llegas a las piedras que son ritual donde han habitado los demonios y los dioses, y el cielo se abigarra de buitres que han seguido tus pasos pacientemente, ya los habías visto porque se alzan como una corona de acacias en la lengua de la jirafas. Te postras entre dos almendras enormes, altar de íbice con el que ha sellado su pacto tu dios, ¡te relajas! Respiras. Habrás de poner todas tus fuerzas en tu empresa, habrás de continuar. Ahora ha llegado el momento. Piensas en otra cosa. Tus manos atan otras manos que no entienden y te devuelven ésa mirada de animal acorralado. Con tu velo aprisionas otros ojos y los cubres para que la realidad no la posea como un demonio. Tomas la navaja que has estado afilando toda la noche en la piedra y probado en las plantas de tus pies. La navaja en tu mano cae y corta. Mutila.  Tus oídos se revientan con los gritos como el sonido de la tormenta de arena. Ríos de sangre corren entre las piedras a la tierra, tierra que es sangre y vida y de nuevo la vida vuelve a ser tierra. Y te dices: he exorcizado el mal, ya no hay pecado. Sacas la aguja hecha con los dedos del espino y con uno de tus largos y perfumados cabellos a nardo y negro como la pez, coses la herida. Te mira a los ojos y escuchas entre sollozos: ¿por qué lo has hecho?
Das a los buitres los desechos y te alejas rápidamente porqué sabes que jamás te lo perdonará. Tú lo sabes.


Colección de cuentos: Cuerpos expuestos

2 comentarios:

  1. Me cuesta leer a renglón seguido pero esta narrativa me cautiva hasta el final. Intensa narrativa de una lacerante tradición que muchas y muchos enfrentan en medio de la contradicción.

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    1. Muchas gracias por dejar tu comentario querida Gloria. Viendo la película "Flor del desierto" es como sale esta narrativa. :)

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