sábado, 23 de mayo de 2015

Los pececitos

“A las ovejas se las puede esquilar
pero no despellejar.”
Tiberio


Vienes caminando por la calzada a Júpiter sorteando las rocas, y el aire enrarecido de sal y mar te levanta la túnica mientras una golondrina se estampa en el desfiladero y maldices a los dioses porque sabes que es una señal de mal agüero, tocas el pequeño falo de marfil que cuelga de tu pecho para ahuyentar la ira de algún demonio. Miras las rocas que se funden con el mar embravecido donde la espuma roja azota al último Liberto a tu servicio y piensas: Se lo merecía, no hay que tener mucho talento para limpiarle el culo a alguien, algún día también probarán las rocas el sabor de la traición y Sejano se pudrirá o alimentará a las bestias del océano; aunque sabes que no será así, porque Trasilo te ha dicho el día y la hora cuando la Señora de la Concordia apartará su mano y dejará que Apolo aniquilé al traidor. Llegas a la Villa de Piscis donde te aguardan los tritones de mármol a la entrada, y la entrada son las fauces del Kraken que anuncian la apertura al mundo desconocido y fascinante del que los hombres no regresan. En la entrada te espera Sejano con sus ojos halcón y quijada de caballo, sonríes para ti mismo porque ya conoces de su traición pero él no, y disfrutas el placer de saber de buena tinta destinos que no han sido revelados. Te desnudas y tu nuevo Liberto te ayuda con tus ropajes y el agua de la pequeña piscina refleja ése ser atormentado que tanto odias. Entras a la piscina y miras los reflejos del sol en el agua y los miles de cristales de cuarzo que han sido pulidos para tu placer, y el agua es tibia como el cuerpo de Gemelo, y cierras los ojos recordando los dedos de sus pies blancos en tus labios y sus cabellos dorados en tu entrepierna. Te despierta el chapoteo de los pececitos que han sido traídos de todas las provincias, los hay de todos los colores con ojos tímidos o avispados. Ellos saben que hacer porque han sido entrenados bajo tus órdenes y sonríes de nuevo. Algunos se acercan cuando les haces una señal y lamen tus dedos flacos que aún son capaces de atravesar una manzana verde. Otros se pegan a tu cuerpo donde las llagas y costras han cubierto las últimas máculas de piel y ahora son una masa deforme y sanguinolenta de carne podrida y maldices a los dioses frigios cuando las ves. Escuchas la lira y el cornu que adormecen tus sentidos entre pesadas cargas de incienso y mirra que se consumen en grandes incensarios de oro dedicados a las ninfas. El baile de los pececitos se vuelve sensual entre tus piernas, porque así lo has previsto, saben donde morder sin lastimar. Algunos se apoderan de tus testículos que flotan ingrávidos en el agua y piensas: Si tan sólo Gemelo estuviera aquí o fuera uno de ellos. Maldices al destino y a las Horas porque tu pene flácido seguirá así como lo ha estado por varias décadas, inerte como un pez secado al sol y afligido como la pequeña Drusila de pechos pequeños que tanto se afana en entregar sus ofrendas a Venus. Y piensas que pronto todo acabará, que ya no eres ni la sombra de nada y recuerdas cuando Trasilo te lo dijo: Te has convertido en un lastre para el imperio. Tocas los pececitos y los cuentas, unos treinta te dices, que fueron elegidos por ti de entre miles que esperan nadar bajo tu mirada, alrededor de tus nalgas, por entre tus piernas y mordisqueando tu sexo. Te tocas con cuidado los brazos, la cara y el cráneo y las piernas y las costras se desprenden. Alimento para los peces, piensas. Hay piel muerta e infectada flotando, como los restos de un navío, que se mezcla con el agua perfumada a rosas y sándalo, y las heridas se abren de nuevo, piensas que por hoy has tenido suficiente y sales de la piscina. Sonríes de nuevo a Sejano y entra la guardia con una tapa de cristal que cubre el total de la piscina, la tapa es como un embudo al revés y los pececitos quedan aprisionados en su jaula de vidrio. Mientras tu Liberto cura tus heridas, a una orden tuya extiendes los brazos, y los soldados vacían enormes cantidades de agua hirviendo por el embudo. Los pececitos han muerto. Sonríes de nuevo.


Colección de cuentos: Clásicos

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